El
voluminoso candidato camina entre sus seguidores uniformados con polos lilas,
gorros lilas, banderas lilas y, probablemente, hasta interiores lilas. La gente se llena de aplausos y gritos
devastadores. Él saluda con sonrisa recomendada, la más convincente y debe
ampliarla si aparecen los periodistas y sus cámaras fotográficas.
Es
un espectáculo rimbombante. Un fiel seguidor del postulante desampara a una
mujer de su atado. Desbarata la liclla
y alza al niño de mejillas coloradas. Lo acerca a su vitoreado líder, quien lo besa
sin miramientos, sin pensar en los mocos y legañas. La gente superada en número
por mujeres cursis celebran el acto con sonoros resoplidos.
La
acalorada vocera conversa con alguien y luego va con el presidente de poco pelo
y frente enjugada en sudor y polvo. Ella, ni bonita ni fea, se acerca hasta
sentir las humildes axilas del candidato del pueblo. Un gentío clama a su contendiente,
tan demagogo como él, a unas cuadras de su local principal. El delgaducho
opositor convence con mentira y sonrisa en el mercado.
Que
buenas tetas, piensa, fatigado y jadeante sobre la camisa de la joven y le
descompone los pliegues de un abrazo. Ella se acomoda las ropas sonrojada. Te
haces la zonza, se dice, aquí no quieres pero más tarde eres tú la que me
busca. Iremos donde esta ese cojudo para comérmelo de un bocado, le confesó en
el oído y enrumbaron rápidamente.
Era
una procesión de sofocados zapatos blancos, el postulante iba y se detenía para
dar apretones de mano. Un anciano orate le convido unos confites sucios que
sacó de sus bolsillos y los degusto con paciencia. Jugó un partido de fulbito con niños de
rodillas raspadas y celebró el gol como en la final del campeonato mundial. Una
señora tuerta le lloró con su único ojo por la vida de su hijo enfermo. Le prometió
medicinas, llevarle al mejor hospital, hasta el paraíso sino lo anterior no
funcionaba. Eso sí, tenía que salir electo.
¡Viva
la izquierda ambidiestra! Entró entre olores de pescados y balanzas rebosantes de camarones. La multitud comenzó sus rítmicas arengas, las
rimas llamaron la atención de los compradores y vendedores. Un grupo similar
pero con polos, gorras, banderas anaranjados y hasta interiores del mismo matiz
aplaudían el gesto de su candidato. Estampaba sendos ósculos políticos en los
chaposos cachetes de una guagua, resonante besuqueo entre inmisericordes cebollas y apestosos ajos.
¡Arriba
la derecha zurda y palurda! Respondieron, al unisonó, los indispensables del querido
“Chato” al ver a sus adversarios. El diminuto líder de color festivo, como un
narciso entre lirios altos y cimbreantes, comentaba en el pabellón auditivo de
la secretaria del partido. A ver si tiene agallas de hacerme frente ese chancho.
Tomaba apuntes sobre una carpeta la detallista secretaria y algo más.
Después
de varias fanfarronadas, ejercicios para la afonía, concertaron sus representantes
oficiales y partidarios lo que ambos deseaban. Un debate improvisado, repentino
y popular. Uno atestado de pescados
frescos, huele a arrechura, y el otro repleto de verduras, quiten estos
repollos que me tapan, y debatieron.
Majaderos,
ambos politiqueros, se empalagaron de promesas. Obras por todas partes,
transparencia en la gestión y mano dura con la corrupción. Bravos, mixtura
lila, mixtura naranja, fulano-amigo el pueblo está contigo, aplausos y cohetecillos, perros recogiendo
tripas descolgadas, fulano-amigo tu hermana tira conmigo, perros fornicando
gratamente. ¡Saquen a esos perros asquerosos!
Una
prudente vendedora de carne desde su señorío, una mesa con cebos y astillas de
hueso, afila el cuchillo contra una piedra pómez. Si tú me quieres lo harás, te
amo pero aún no quiero tener hijos, quiero ser algo, alcalde, no te rías, pero
si lo tienes me jodo pues. Los dos postulantes al municipio distrital polemizan
y comienzan a excretar secretos de sus rivales.
Los oyentes meten jarana, dos compadres escuchan todo chocando vasos
llenos de cerveza helada y estiran las espumas
sobrantes en la tierra. Él ni se recuerda, íbamos en collera, con la tía que ahora
si esta tía, probando putas, chiquitito y pendejo, ya tenía familia y mandaba
todo a la mierda por tirarse a la novedad.
-Salud-
La
discusión derivó en insultos incontenibles dentro del polarizado auditorio, los
golpes precedieron a los conchatumadre
y se mandaron quiños y puntapiés. La confusión obligó el final del debate, los
discursantes salieron pulcros del enfrentamiento para continuar la campaña,
serenos ante cualquier insulto y evadiendo ágilmente las pancas del choclo. El más
ancho reposaba la lengua en la espuma de una chicha vespertina y popular. El esmirriado recompuso a sus acalorados
amigos y salió por la puerta principal con las manos en alto, victorioso.
La
noche anterior a las elecciones, el “gordito” comió hasta desabotonar con el
estomago el pijama, luego se la pasó dando vueltas sobre el lecho marital. El
otro candidato no pudo acometer a la muchachita terrosa que abría las piernas
bajo las sabanas. Ni las manos de Morfeo ni las caderas de Afrodita hubieran
podido sosegar el espíritu de los ansiosos contendientes.
Cuando
se supo quien había ganado las elecciones la plaza se llenó de bulla, músicas y
serpentinas. Pasearon a la nueva autoridad sobre los hombros de la multitud por
las calles empedradas y adornadas con rapidez. El sacerdote le bendijo
avergonzado por no haber podido sacar al Cristo hasta la puerta del templo. Nadie
recordó al perdedor, su emblema y color palidecieron en los postes y muros. Ha
vencido la democracia, soltó el empachado de aplausos y dirigió su vaso lleno
al cielo.
Medio
borracho cayó sobre la cama, reventaba burbujas de ron con el filo de la risa y
entonces sonó el teléfono. Recogió el auricular y un eructo le respondió,
alguien lloraba y golpeaba el pico de la botella contra sus dientes. Gemía e
intentaba decir algo coherente, la voz se apachurro y se despidió: “Usted y
este pueblo cagón váyanse a la mierda”. Al día siguiente el electo alcalde y el
postulante sin suerte se dieron la mano en acto público, prometieron unir
esfuerzos por el bien de la comunidad. Todos aplaudieron.
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