Calingas es un hijo de puta y no se manifiesta un grosero
desprecio al de la barba rala sino que Calingas realmente nació del vientre
descoyuntado de una ramera, un día de octubre, y sus primeros berridos se reunieron
de inmediato a la parranda de jadeos desfallecientes de otros varones rendidos
sobre oficiosas hembras.
Él morirá hoy porque el destino se lo ha advertido al
amanecer y pasado mañana le llevaran flores los pendejos y putas de su vida.
Ya está viejo, casi sesenta años bebiendo la misma
cerveza y escupiendo la flema sacra de su templo de pulmones marchitos, cuando está
contento carraspea y cuenta a sus fantasmas sus chistes enrojecidos con tetas
falsas y culos pecosos. Mañana será un día diferente, ya no estará aquí y hace
un silencio porque empezó ese vals que le gusta y sus uñas agrietadas siguen el
son de la música sobre la mesa.
Alguien llega y sin permiso ocupa la silla junto a
él y comienza con un “Te acuerdas huevón”
y el viejo yergue la cabeza, se congestiona, tose y mira al terroso amigo tan
ajado como él y abre una sonrisa desdentada. Escucha la historia cuasi leyenda
y finaliza con un “Y ahora tan cagados conchatumadre” y ambos juntan los vasos
y sorben cigarros de pensamiento.
Morirá hoy porque la madrugada anterior lo soñó, Calingas
soñó el cuarto imaginario de su infancia, la hamaca mecía al niño y en la cama
“La de los lunares” como le decían en el burdel recibía la pujanza de un
extraño y del sexo afrentado al unisonó de los alaridos escapaban mariposas de alas amarillas.
Contó una a una y cuando ya no salían más del pubis lloroso de la madre se dio
cuenta que había contado los años que tenia y la lunareja arrulló al pequeño
que empeño a llorar. “Duérmete, duérmete, ya voy contigo”.
“Estoy hasta el pincho de esto” y el camarada le
mira desde atrás de la espuma y comienza otra historia, esta vez recuerda a la ojona
de tetas grandes y paraditas que llegó a trabajar de empleada doméstica a la
ciudad y terminó de puta. Relata y lo consterna con su empecinamiento de ese amor
inolvidable y trastornador “Estabas arrecho
y enamorado, pero no querías tirártela con guita sino con sentimiento” Calingas
le daba flores en lugar de polvos, le cantaba valses en su puerta y tras la
cual aquella saltaba sobre falos esgrimidos y comenzaba a pensar en el
enclenque al que decían Calingas que quería tirársela pero pagaba para
prometerle paraísos y acariciarle las orejas con pétalos de geranio. “Jódase compadre, esas son huevadas de
chibolo, al final me la tiré, una buena cachada y se me quitaron esas cojudeces
de emparentarme con una china”.
Terminará esa hora y morirá, anoche vio mariposas
rubias buscando su cadáver para su hambre de uñas, cabellos y botones. Las
mariposas siempre le transportaban a la melancolía, desde niño les tenía curiosidad,
las capturaba y deshacía entre sus dedos solo para pintarse con el polvillo de
sus alas deleznables.
“¿Y tus hijos siguen en la capital? todos los hijos
son más mierdas que los padres” detrás de ellos discuten sobre futbol y se
mandan a sus respectivas sustancias excrementicias, ni fotos ni cartas solo
recuerdos embotados en marihuana y ron, tiene dos hijos y los recuerda con los
mocos secos pateando una pelota de harapos, solo sabe que están en Lima jodidos
o muertos. Ya esta borracho, quiere llorar y
cantar: “De tiempo hermano, pídete tres más y nos vamos”.
Cierta vez atrapó una mariposa y se la metió a la
boca, la sintió revolotear con desesperación y la tragó sin masticarla, el insecto
apachurrado fue a su estomago y el sabor furioso a flores se quedó para siempre
en su paladar.
“Y sus muertitos no le jalan las patas”. Es que Calingas
asesinó a dos personas en su furores juveniles, a uno por ofenderlo, le esperó
en la sombra de un farol y le abrió la vida a la altura del cuello y al otro,
un amigo de francachelas le rajó por tirarse a su mujer, en su cama, a este le
acuchilló la barriga hasta desbaratarle el tatuaje de león fiero. “Solo a veces
vienen a tomarse una chelas conmigo”.
“Sin ofender, sigues siendo un hijo de puta” ambos
amigos se devuelven retazos de sonrisas y alargan las manos para dejar el pucho
del alma en el cenicero. “Eso nunca ofende compadre y ya vámonos” ambos salen a
esa hora en las que los perros aúllan a los difuntos y los borrachos piropean a
la muerte.
Jorge Condorcallo Ccama
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