Cuando llueve ella sale con su
paraguas, tirita en la esquina y espera. Esta noche otro fulano llega al mismo
semáforo, disimula su urgencia y ella le indica con un dedo la calle de
enfrente. Él persigue el signo de aquella cintura hasta donde la ciudad se
desmorona, bajo una farola titilante ella se detiene, se vuelve y desarma el
paraguas como siempre. Puede decirse que la mujer le enseña su turgente
intimidad. Un borracho escucha el grito, las putas se ensombrecen y un perro
apelmazado aúlla, pero solo él mira a la bella anónima, observa su cara pálida
y pulida y rápido comprende que pronto él tampoco tendrá ojos, nariz ni boca.
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