jueves, 24 de abril de 2014

Paseo nocturno entre sepulcros. Tour insólito en el interior del emblemático cementerio La Apacheta


A las 5:50 de la tarde se cierran las rejas del cementerio la Apacheta, pero algunos viernes se quedan abiertas a la espera de sus visitantes nocturnos que realizan un insólito paseo entre tumbas y mausoleos, ateridos de frio y miedo, mirando de reojo las sombras, porque a la necrópolis se acude a recordar la muerte y ahora también a revivir la historia y leyendas de Arequipa.

Un recorrido inusual
El que fuera un proyecto “curioso” se hizo realidad en junio de 2012, por primera vez, con la anuencia y respaldo de la Sociedad de Beneficencia Pública, se encendieron las velas de los faros de papel a lo largo de la vereda del camposanto y los primeros ciudadanos conocieron el traje negro de la Apacheta, vieron la luna reflejada sobre las losas de mármol y a algunas lechuzas impertérritas cavilando sobre las cruces de cemento.

La responsable del recorrido y autora del proyecto, Marcela Chilo Tipola, me cuenta que el objetivo de esta empresa es diversificar la oferta turística y rescatar el patrimonio intangible de nuestra región; pero, aparte, casi como una confidencia me revela su pasión por lo sobrenatural que corresponde a esas ganas suyas de sentir e inocular miedo a los visitantes. Para darle consistencia a este sueño o pesadilla, las leyendas locales y pasajes históricos son escenificados por siete jóvenes del grupo teatral “Pazclown”. 

Las leyendas cobran vida
El recorrido empieza a las ocho de la noche, las ramas de los altos molles nos saludan y llegamos al nicho de Mónica Lazo Romero en el pabellón Santa Bárbara, utilizado en la película “Mónica, más allá de la muerte” del director Roger Acosta. Nos detenemos para observar como la actriz Roxana Castillo, pálida como la fémina de la leyenda, deja la casaca en la percha para el delirio de los asistentes y del pobre muchacho que al día siguiente encontrará la prenda.

El guía lleva una linterna que refulge sobre los vidrios, nos recomienda no alejarnos, por seguridad. Las parejas de enamorados se abrazan más, los amigos se manifiestan temerarios y ¡Pum! un ruido real, real porqué lo sufrimos todos, “Es normal, siempre se oyen golpes en algunas partes” comenta el guía a sus incrédulos oyentes.  

Un total de trece hectáreas corresponden al cementerio la Apacheta fundado en 1883 y cuyo primer y eterno morador es el poeta Mariano Lorenzo Melgar Valdivieso. Con la noche encima y la pantalla del teléfono celular como única luz parece que vamos por un  laberinto de terror. En el flanco derecho de esta ciudad silente se erige una pirámide, una esfinge custodia su puerta y una enigmática señorita de mirada desquiciada lleva una calavera en las manos. Mauricio Medina Marroquín co-creador del proyecto precisa la historia de la familia Lira y la necesidad de amputar los dedos de las manos y cegar a la escultura del pórtico de la cripta para que la difunta que allí habita no vuelva con los vivos a fastidiar a sus parientes.

La suicida y el santo
De los tétricos escenarios uno de ellos cuenta con un árbol de tronco enrevesado, aledaño al pabellón San Arturo. De él se colgó Liliana Basilia Villalobos Salas en 2008. Despechada, anotó los nombres de sus pequeños hijos en su palma derecha y dejó caer su sufrimiento en peso. El rostro de la bella actriz que la representa parece una gema de ámbar por efecto de la luz eléctrica de la calle próxima y su hipnótico vaivén sigue el ritmo de nuestros agobiados corazones.

Cerca, muy cerca, en el pabellón San Hilarión duerme el fusilado Víctor Apaza Quispe. El poblador de la Joya  acusado del asesinato de su conviviente Agustina Capacoyla recibió las balas de la justicia el 17 de septiembre de 1971. Han pasado 41 años y en la actualidad él es un santo de la misma talla que cualquier otro hombre canonizado; las flores, rezos, velas, lágrimas y milagros solicitados lo confirman.

Hay sitio para todos
En la parte posterior de la extensa área del camposanto descansan los judíos, intentamos leer los nombres de los difuntos y el hebreo nos deleita con sus grafías, aquí la estrella de David reemplaza a la cruz cristiana y las piedras inmortales a los efímeros claveles.

En nuestro andar medroso encontramos una curiosa tumba, la cual lleva una  escuadra y un compás como insignia en la placa. ”Masón” indica un hombre de gran barriga a su pequeño hijo encaramado contra los pinchos y el guía asiente y nos explica sobre la tumba de Miguel Garces Bedregal, cuyo epitafio nos conmociona. Dejo el texto del poema para el final. Junto a la entrada posterior del cementerio la Apacheta se observa el pabellón de los suicidas, antiguo y estigmatizado, aquí yacen los que dejaron el mundo a voluntad y no deben ser reunidos con las demás almas para no perturbar su descanso, supercherías persistentes todavía en un mundo con satélites e internet.

Marcela Chilo me recuerda que personajes ilustres descansan en la Apacheta: Alberto Hidalgo, María Nieves y Bustamante, Hipólito Sánchez Trujillo, Ulrich Neisser Riess, Benigno Ballón farfán, Neptali Valderrama Ampuero, Jacobo Dickson Hunter, Luis Duncker Lavalle, entre otros.

Me despido y no sé si persignarme o decir chau con la mano, lo cierto es que hoy las personas que acudimos lo hicimos como atrevidos aventureros pero tarde o temprano volveremos para quedarnos como inquilinos perpetuos y viene a mi boca, inoportunamente, los versos del masón:
¿Qué sería señor si al dar vida
Hubieras olvidado dar la muerte?
El mundo entonces con afán suicida

Querría su existencia devolverte

4 comentarios:

  1. Mi abuelo, Miguel Garces Bedregal, espiritualmente elevado, gran persona, Gran Mason

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    1. Soy César Garcés, y mi abuelito era Miguel Garcés Bedregal.

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    2. Cesar, como se llama tu papá

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