jueves, 2 de enero de 2020

Hijos del futuro


Por Jorge Condorcallo

En mi mundo no hay autos voladores ni zapatillas autoajustables como lo avizoraron los futuristas del siglo XXI, pero si tenemos antimateria que mueve los engranajes de las mega ciudades, impresoras de órganos, plantas de tratamiento que nos proveen el agua potable, lunas de miel en las órbitas de Venus y Marte… En mi mundo de telemetría persiste el hombre y es el mismo homo sapiens de hace doscientos años.

Él, que lleva un polo negro estampado con el rostro de la cantante LP, es Saulón y justo hoy recibirá una valiosa lección. Por su apariencia usted podría decir que es un ciudadano promedio que lee las noticias en las marquesinas digitales, trabaja en la OSIC, duerme en una celda de categoría C y, por su edad, debe tener una esposa y un hijo varón muy pequeño.  Es así, el estereotipo prevalece, sin embargo Saulón no siempre fue un citadino estándar, antes era un hombre diferente, hoy es un rutilante adulto de treinta y cinco años que aprovecha el calor químico de su calle. Él todavía no sabe que siete cuadras después su vida cambiará.

Jacobí saludó a Saulón y aparentó que no había planificado con prolijidad el encuentro. Jacobí habla con palabras sencillas, sonríe después de alguna anécdota, sonríe otra vez y simula que subyace una antigua amistad entre ambos. En la banca mira a Saulón y recuerda con precisión lo que le hizo.  No les voy a describir esos recuerdos porque no quiero avivar el morbo que cierta literatura cultiva en su propio beneficio, mas puedo asegurarles que cualquier otro humano sentiría el mismo odio que sentía Jacobí. Jacobí es muy listo, le ha hecho creer a su interlocutor, con su actitud, una amnesia deliberada quizás con ayuda de la neurocirugía la cual es de uso habitual en este lustro.

Saulón confió ciegamente en esa distendida amistad y aprovechó la casualidad para contarle sus experiencias familiares que Jacobí conocía mejor porque hace siete años lo seguía y espiaba. Saulón extendió su mano para despedirse, se excusó, empezaba el turno de su mujer en la planta y él tenía que encargarse del cuidado del niño.

¿Un hijo?, ¿Quién lo pensaría?

Un bebé, tiene dos años recién.

Mis felicitaciones amigo.

No sospechó de Jacobí ni cuando este se empeñó en acompañarlo a su edificio, se arrepentiría después por creer que su vida seguiría siendo la misma. La gente no perdona las cosas malas que les han hecho sus semejantes. Eso lo aprendería con rigor.

Tienes que venir conmigo, te conviene, créeme.

Se dejó llevar por la única amenaza que lo hacía vacilar, aquella que le envolvió el cuerpo con hilos de hielo.

No te aflijas, tu mujer y tu hijo, ya están a donde vamos esas palabras fueron suficientes, por ellas fue llevado al auto, no por el arma que tenía a sus espaldas.

Ingresaron al viejo estacionamiento de los obreros de la OSIC, un edificio blanco enclavado junto al mar, sobre una plataforma enrojecida por la brisa; aquí aparcaban sus vehículos los trabajadores de la colosal planta de tratamiento del Pacífico que se balanceaba a dos kilómetros de la playa.

Saulón entendió que aquella situación no era una broma o un mal sueño. Lo supo al ver la luz fragmentada que coloreó la pared de una oficina y convirtió a su mujer en un estropajo rojo.

¡No lo mates, por favor! rogó Saulón al ver que el cañón plateado buscaba al pequeño que se ovillaba en el piso.

No lo haré, mientras tú obedezcas a todo lo que te ordene lo dijo con extraña amabilidad, con parsimonia de sacerdote.

Lo que iba a proponerle no era un elogio a la locura; por el contrario, era el plan que había diseñado Jacobí con la seguridad de que Saulón obedecería, sin chistar, por salvar a su único hijo.

Jacobí fijó sus ojos lánguidos en los de su enemigo.

En esa habitación, frente a ti, amigo Saulón, está el hijo del otro hombre que me hizo mucho daño, ¿lo recuerdas?, entra  y haz lo que te diga.  Es justo decirte que tras el cristal oscurecido tu otrora cómplice observará lo que hagas, no te preocupes, está domado, no podrá detenerte.

¿Qué quieres que haga?

Lo he atado bien para ti, es un poco difícil de manejar, anda amigo, te espera ese muchacho que no tiene más culpa que ser el hijo de su padre. Para hacértelo fácil lo dejaré a tu elección: puedes quitarle su inocente vida con tus manos o demostrarle lo viril que aún eres.

Enfermo, no olvidaste, no nos perdonaste, no lo haré En su consciencia sabía que era capaz de matar o morir por su primogénito.

Sin miramientos Jacobí disparó contra el infante quien lloró por el dolor de la quemadura que abrió el rayo en su oreja.

Tu hijo o el suyo, decide.

No volvió oponerse, acomodó sus ropas y entró a la sombría habitación en cuyo piso se revolvía en lamentaciones un niño de once o doce años, lo calculó por su estatura. Jacobí tuvo la cortesía de cubrirle el rostro para evitar el arrepentimiento. Saulón dobló las piernas del muchacho que al percibir el contacto se puso rígido como un árbol, Saulón lo intentó y fracasó, no pudo conseguir una erección, ¿sería el pánico o la mirada imaginada y suplicante del otro padre la causa de su impotencia? Era él, el infame Saulón de otros tiempos quien sintió la burla insaciable de un público invisible y se embriagó de odio, tumbó aquel cuerpo anónimo que temblaba y sus puños cayeron con rabia sobre él, se hundieron impasibles en la cabeza del rehén, la bolsa que cubría el rostro se empapó en sangre y balbuceos.

Saulón jadeaba y sudaba.

Sigue vivo oyó la imperativa voz de Jacobí.

Se hincho de nuevas furias, lo golpeó con todas sus fuerzas hasta convertirlo en un títere espantoso con las muñecas y los tobillos torcidos.

Se alejó y mientras se acercaba a la puerta observó el vidrio ahumado incrustado a la pared y silabeó jadeante: PER-DÓN. Solo vio su ancho reflejo, la sangre del inocente le cubría los brazos hasta por encima de los codos y su rostro era el de una fiera tras la cacería.

Salió del torbellino arrollador de la culpa y sin que se lo autorizara Jacobí recogió a su hijo, lo envolvió con vigor en sus brazos pintados y se alejaron del hombre que los había reunido en esa fiesta insana.

Eres un buen padre, le salvaste la vida.

Vete a la mierda, solo deja que me vaya, ya cumplí y su abrazo escondió por completo al niño.

Vete tranquilo, le salvaste la vida aunque sean ocho años más un hijo se los merece incitó Jacobí e hizo un sutil gesto de sarcasmo.

¿De qué mierda estás hablando?, ¿A qué te refieres? Saulón sintió un miedo nuevo, distinto y mayor al que había sentido hace un momento. Cargando a su vástago regresó a la habitación oscura.

En mi mundo no hay autos voladores ni zapatillas autoajustables como lo avizoraron los futuristas del siglo XXI, pero si tenemos antimateria que mueve los engranajes de las mega ciudades, impresoras de órganos, plantas de tratamiento que nos proveen el agua potable, lunas de miel en las órbitas de Venus y Marte….ah, también inventamos los viajes en el tiempo, sin embargo siguen en estado experimental, pocos humanos se enlistan como cobayas para los saltos, la mayoría no regresa del futuro y los pocos que lo hacen en menos de una semana mueren por un inexplicable deterioro celular. Hay que tener una necesidad urgente del dinero u otra sinrazón para arriesgarlo todo.

Con violencia desató la bolsa que al estirarse escupió los dientes envueltos en cuajos de sangre, reacomodó el rostro del muchacho, buscó algún parecido,  ladeó la cara destrozada y allí estaba la cicatriz de la quemadura que hace unos minutos el rayo láser había tatuado en la oreja derecha de sus hijos.

Saulón gritó, qué más podía hacer aquel miserable.


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